Después de servir un pastel casero de queso cottage cargado con verduras, tomé mi lugar en la mesa. “La cena está servida”, grité hacia arriba de las escaleras para que me escuchara mi hija Daisy, quien tiene ocho años.
Se me hacía agua la boca, sólo que no era por la comida que tenía en la mesa. Mis ojos brillaron cuando eché un vistazo al menú del restaurante de comida China, marqué rápido para ordenar mi cena.
Mientras era feliz cocinado alimentos saludables para mi hija, yo compraba comida grasosa y deliciosa la mayor parte del tiempo.
En ese momento, no podía pensar que pedía tres veces a la semana comida grasosa para cenar.
Esto ocasionó que mi peso estuviera creciendo, aunque estaba en una constante lucha por no subir de peso porque yo siempre estaba aplicando dietas.
Pero cuando lograba perder seis kilos, simplemente no podía mantenerme, siempre volvía a mi peso inicial e incluso subía un poquito más al cumplir cada antojo que tenía.
Hasta que cumplí 30 años, sufrí la vergüenza de ser demasiado gorda para poderme sentar en las sillas porque no cabía. Llegué a pesar hasta 177 kilos y ser talla 28.
En una ocasión con mi hija Daisy en un parque de diversiones, un trabajador tuvo que preguntarme si podía bajarme de un juego porque “era demasiado grande”. Eso fue mortal para mí. “Está bien, mamá”, me dijo Daisy tratando de animarme.
Mi peso afectaba mi vida
En una ocasión, conocimos a algunas personas mientras Daisy y yo estábamos en un picnic en el parque.
“¿Por qué no te sientas”, preguntó uno de ellos. “La verdad es que no soy muy fan de sentarme en el piso”, mentí, la verdad era que si me sentaba, ¡ya no podría levantarme!
Sin embargo, con el tiempo mi peso fue cuesta bajo cuando mi matrimonio terminó, en ese entonces yo tenía 41 años. Estuvimos juntos por más de 10 años y de pronto me convertí en mamá soltera, fue un gran ajuste en la vida de Daisy y por supuesto, en la mía.
Entonces de no comer nada por mi tristeza, pasé a comer todo el tiempo. Devoraba tres cosas que me hacían sentir mejor: chocolates, vino y comida rápida. Para despejarnos un poco, llevé a Daisy a Tenerife, España.
Recuerdo que estando ya en tierras españolas, me dejé caer en una silla de plástico que estaba al lado de la piscina del hotel, veía a mi hija jugando con una nueva amiga al interior de la piscina.
Entonces repentinamente… “Ah”, grité lo más alto que pude. Las patas de la silla de plástico no aguantaron mi sobrepeso y entonces me caí.
Todos me miraban tirada en el piso, mi cara se puso toda roja. Me levanté y me fui corriendo rápidamente a los baños del hotel, ahí comencé a llorar.
“¿Mamá, estás bien?”, me preguntó Daisy. “Sí”, le dije sollozando mientras intentaba sonreír, “El orgullo de mami está herido, es todo”, le dije a mi hija.
Eso debió de haberme motivado a realizar un cambio, pero cuando intenté comer saludable, la comida para las fiestas decembrinas que preparé, me hizo sentir mejor. No pude romper el ciclo de comer para sentir confort y escapismo.
Caí en depresión por mi sobrepeso
De vuelta a casa, mi peso se elevó a más de 152 kilos, por lo que comencé a desarrollar un dolor en mi pierna derecha y tuve que ir al hospital. Fui diagnosticada con celulitis, una bacteria que causó infecciones en mi piel que se desarrolló por culpa de mi obesidad.
Se había convertido en un séptico, y todo se resumía a que mi vida estaba en peligro. “Tendríamos que amputar tu pierna”, el doctor me advirtió. Me quedé con la boca abierta.
Estoy muy agradecida que después de seis semanas en el hospital con una gran dosis de antibióticos, los médicos pudieron salvar mi pierna.
Pero había un inconveniente, me dijeron que mis familiares tenían que cuidar de mí. No podía apoyar ningún tipo de peso en mi pierna, y entonces a la edad de 42 años, mis padres Terry y Anne estuvieron de acuerdo en cuidarme.
Ambos tenían 60 años, me dieron una habitación con sanitario, entonces no tendría problemas con ir al baño. Además, construyeron una habitación para Daisy y no sólo eso, ellos cocinaban y limpiaban para nosotras.
Mientras tanto yo me sentía impotente, avergonzada e inútil. En un momento de desesperación, pensé que mis padres hacían un mejor papel de figura paterna para Daisy que yo, sentía que le estaba fallando como madre.
Esperando liberarlos de la carga que significaba para ellos, decidí terminar con todo. Llamé a los samaritanos para obtener consejos prácticos sobre cómo atar cabos sueltos antes de suicidarme.
Sólo que durante la llamada…”tu hija te necesita”, el voluntario me tranquilizó. “Se lo debes a tu familia, tienes que tratar de vencer tu adicción a la comida una última vez”.
En ese momento, me di cuenta que él tenía razón. Tenía que tomar mi propia vida para ayudar a mis seres queridos. Tenía una adicción a la comida y trataría de vencerla una vez más.
Logré vencer mi sobrepeso gracias a Cambridge Weight Plan
Cuando me registré al plan de Cambridge Weight Plan, pesaba 146 kilos. Cambié todo por una dieta de calorías controladas que se basaba en malteadas y barras. En mi primera semana perdí 4 kilos.
Eso fue suficiente para motivarme a seguir. Después de seis meses he perdido 38 kilos. Poco a poco comencé a sentirme mucho mejor conmigo misma.
Primero, fui capaz de volver a caminar y entonces pude depender menos de mis padres. Pude regresar a casa junto con mi hija y comencé a hacer cosas normales como bañarme, limpiar, ir de shopping y ejercicio suave.
“Te ves hermosa, mamá”, me dijo Daisy llorando cuando había perdido 69 kilos, casi llegaba a mi meta que era de 82 kilos.
Fui de talla 32 a talla 12, algo que nunca imaginé que pasaría ni en mis mejores sueños. Ahora no hay nada que ame más que presumir mi figura en jeans ajustados y ropa de moda.
Ahora soy apasionada de ayudar a otros a que se den cuenta de sus problemas de peso se terminarán cuando acepten que tienen problemas con la comida.
Estuve a nada de terminar con mi vida por eso y temo que existan otras personas allá fuera que estén viviendo lo mismo que yo vivía.
Desde entonces me he capacitado para ser una consultora Cambridge para ayudar a bajar de peso a las personas y todavía estoy muy agradecida del samaritano que me salvó la vida.
Finalmente me siento la mamá que mi hija se merece.
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