El tamaño de los platos -y de las raciones- influye en gran medida en las cantidades que se ingieren en cada comida. Ser conscientes de ello, y actuar en consecuencia, nos puede ayudar a adelgazar con menos dificultad.
Diversos estudios de varias universidades norteamericanas (Illinois, Yale, Estatal de Pennsylvania) confirman lo que ya intuíamos todos: comemos más cuanto mayores sean las raciones, porque hay una tendencia a terminar lo que tenemos en el plato aunque ya estemos saciados. Por otra parte, si hemos acabado con una ración pequeña, es difícil que pidamos repetir aunque no estemos saciados del todo.
Este razonamiento, que a veces quizá despreciamos por parecernos trivial, puede ayudarnos mucho a mantener o rebajar el peso, sobre todo si lo aplicamos a los alimentos más energéticos. Porque, aunque quizá sea trivial, desde luego es importante: científicos de Universidad de Illinois confirman que se come hasta un 45% más cuando se sirven raciones más grandes.
El simple hecho de utilizar platos más pequeños puede ayudarnos, ya que tenderemos a poner raciones más pequeñas, de la misma forma que los platos grandes hacen que tendamos a llenarlos, con lo que las raciones serán mayores y comeremos más. Diversos nutricionistas y expertos insisten mucho en la importancia del tamaño de la vajilla.
Cuando se come fuera el problema parece que se nos escapa más de las manos, pues no somos nosotros los que llenamos los platos ni decidimos el volumen de las raciones. De hecho, el tamaño de estas ha aumentado en las últimas décadas. Se ha impuesto el “coma más por menos dinero”, y los vasos gigantes de refrescos, hamburguesas XXL y productos similares se imponen por doquier.
Sin embargo, aun comiendo fuera podemos hacer mucho por nuestra salud. En primer lugar, pidiendo raciones más pequeñas (un montado en vez de un bocadillo, una ración para dos en vez de una cada uno), y también eligiendo menús más ligeros, naturales y saludables, ya que está demostrado que estos sacian más y engordan menos que los muy procesados.
Por último, hay que ser conscientes de ciertas motivaciones sociales y emocionales que pueden resultar también muy dañinas. Por ejemplo, para quedar bien en un convite, las raciones deben ser enormes. Por otra parte, si quiero honrar a mi anfitrión, debo comer mucho y, por supuesto, terminármelo todo. Los cumpleaños, bodas, fiestas, celebraciones, deben siempre incluir un menú muy calórico (mejor cordero que una ensalada) y en cantidades excesivas.
Esta cultura de las celebraciones, además del daño que hace en sí misma por el exceso de calorías que supone, va creando una asociación inconsciente entre felicidad y exceso gastronómico, también muy dañina. Así, en determinadas situaciones de vulnerabilidad emocional, podemos compensar ciertas frustraciones o estados anímicos negativos “asaltando” la nevera.
Debemos racionalizar todo lo dicho en los párrafos anteriores y, sobre todo, actuar en consecuencia, por el bien de nuestra salud y la de quienes nos rodean.